17 de mayo de 2009

Buscando amor donde no puede ser encontrado



La cuestión es la siguiente: “A quien pertenezco? A Dios o al mundo?” Muchas de mis preocupaciones diarias me sugieren que pertenezco más al mundo que a Dios. Una pequeña crítica me enfada, y un pequeño rechazo me deprime. Una pequeña oración me levanta el espíritu y un pequeño éxito me emociona. Me animo con la misma facilidad con la que me deprimo. A menudo soy como una pequeña barca en el océano, completamente a merced de las olas. Todo el tiempo y energía que gasto en mantener un cierto equilibrio y no caer, me demuestra que mi vida es, sobre todo, una lucha por sobrevivir: no una lucha sagrada, sino una lucha inquieta que surge de la idea equivocada de que el mundo es quien da sentido a mi vida.

Mientras sigo corriendo por todas partes preguntando: “Me quieres? Realmente me quieres?”, concedo todo el poder a las voces del mundo y me pongo en la posición del esclavo, porque el mundo está lleno de “síes”. El mundo dice: “Si, te quiero si eres guapo, inteligente y gozas de buena salud, te quiero si tienes una buena educación, un buen trabajo y buenos contactos. Te quiero si produces mucho, vendes mucho, y compras mucho”. Hay interminables “síes” escondidos en el amor del mundo. Estos “síes” me esclavizan, porque es imposible responder de forma correcta a todos ellos. El amor del mundo es y será siempre condicional. Mientras siga buscando mi verdadero yo en el mundo del amor condicional, seguiré al mundo, intentándolo, fallando, volviéndolo a intentar. Es un mundo que fomenta las adicciones porque lo que ofrece no puede satisfacerme en lo profundo de mi corazón.

“Adicción” es probablemente la palabra que mejor explica la confusión que impregna tan profundamente la sociedad contemporánea. Nuestras “adicciones” nos hacen agarrarnos a lo que el mundo llama las “claves para la realización personal”: acumulación de poder y riquezas; logro de status y admiración; derroche de comida y bebida, y la satisfacción sexual sin distinguir entre lujuria y amor. Estas adicciones crean expectativas que no consiguen más que fracasar al intentar satisfacer nuestras necesidades más profundas. A medida que vamos viviendo en un mundo de engaños, nuestras adicciones nos condenan a búsquedas inútiles en “el país lejano” obligándonos a afrontar constantes desilusiones mientras seguimos sin realizarnos. En estos tiempos de crecientes adicciones, nos hemos ido muy lejos de la casa del Padre. Una vida adicta puede describirse como una vida en “un país lejano” Es desde aquí desde donde se alza nuestro grito de liberación.

Soy el hijo pródigo cada vez que busco el amor incondicional donde no puede hallarse. ¿Por qué sigo ignorando el lugar del amor verdadero y me empeño en buscarlo en otra parte? ¿Por qué sigo marchándome del hogar donde soy tratado como un hijo de Dios, el amado de mi Padre? Estoy admirado de cómo sigo cogiendo los regalos que Dios me ha dado —mi salud, mis dones intelectuales y emocionales— y sigo utilizándolos para impresionar a la gente, para reafirmarme, y para competir por el premio, en vez de utilizarlos para gloria de Dios. Sí, a menudo los llevo conmigo a la “tierra lejana” y los pongo al servicio de un mundo explotador que no reconoce su valor verdadero. Es casi como si quisiera demostrarme a mí mismo y al mundo que no necesito del amor de Dios, que puedo vivir por mí mismo, que quiero ser plenamente independiente

Dios nunca ha retirado sus manos, nunca ha negado su bendición, jamás dejó de considerar a su hijo el Amado. Pero el Padre no podía obligarle a que se quedara en casa. No podía forzar su amor. Tenía que dejarle marchar en libertad, sabiendo incluso el dolor que aquello causaría en ambos. Fue precisamente el amor lo que impidió que retuviera a su hijo a toda costa. Fue el amor lo que le permitió dejar a su hijo que encontrara su propia vida, incluso a riesgo de perderla.

Aquí se desvela el misterio de mi vida. Soy amado en tal medida que soy libre para dejar el hogar. La bendición está allí desde el principio. La he rechazado y sigo rechazándola. Pero el Padre continúa esperándome con los brazos abiertos, preparado para recibirme y susurrarme al oído: “Tú eres mi hijo amado, en quien me complazco”.
Fuente: El regreso del hijo pródigo por Henri Nouwen.


El regreso del hijo pródigo es un libro donde Henri Nouwen relata las reflexiones que él tiene frente a la pintura de Rembrandt. Nouwen descubre que la pintura no sólo retrata la parábola bíblica, sino que hay detalles increíblemente expresados, que lo llevan a afirmar que en esta pintura puede encontrarse todo el evangelio.

http://www.biblegateway.com/passage/?search=lucas%2015:%2011-32&version=42

3 comentarios:

Martin dijo...

Muy buena reflexion, gracias; Dios le siga bendiciendo.
Atte: El Portal de Blogs Cristianos

VILLARRUEL dijo...

MUCHAS GRACIAS POR PASAR POR EL BLOG Y ANOTARTE COMO SEGUIDORA. BESOS Y BENDICIONES

Sueños de Amor dijo...

Muy bello lo que compartes!!!