7 de febrero de 2010

Si lo que vas a decir no es mas bonito que el silencio... no lo digas



Una cosa sabia para entender en este día es la necesidad de hablar tan poco como sea posible a los que me rodean, pero no a Dios. La Biblia dice “En medio de tantas pesadillas y de tantas palabras y cosas sin sentido, tú debes mostrar reverencia a Dios". Eclesiastés 5:7

La mucha conversación debilita nuestro carácter. Es como una llave continuamente abierta que derrama todo su bien. Nuestros pensamientos maduran en el silencio. El silencio es la madre de los pensamientos más sabios. Si nosotros siempre hablamos, y no damos oportunidad al corazón o si damos oídos a lo que otros nos dicen y no podemos oír lo que el Espíritu quiere decirnos entramos en un proceso de desconexión con lo eterno y sagrado.

Hoy quiero esperar ante Dios para que él llene mi mente de la verdad y de las cosas que son útiles para decir.

No podemos hablar todo el tiempo sin decir cosas de las cuales tenemos que lamentarnos después. Hablamos demasiado de nosotros mismo o de otros. Nuestras palabras corroen y contaminan o agravian a nuestros amigos.

Hoy quiero entender este peligro. Cuando las palabras son muchas el pecado no está ausente. San Agustín dijo: "Me asusta un grande asunto. Soy demasiado parlanchín y debo aprender a estar silencioso ante Dios. Pedirle a él que me llene de las palabras sabias. Es en el silencio que Dios me dará algo para decir. El me enseñará a hablar".

Jesús oyó y vio muchas cosas, pero él nunca profirió una palabra por si mismo. El dijo: "Yo hablo lo que el Padre me ha dicho que diga". Juan 12:50.

Cuando los fariseos llegaron a él con una mujer sorprendida en el acto del adulterio, él no contestó la pregunta de ellos inmediatamente, pero rodilla en tierra por un momento escribió algo en tierra. Acaso esperaba oír a Dios para saber que decir? Es probable.

Cuando él finalmente habló, dijo una frase corta pero penetrante "El que este libre de pecado que arroje la primera piedra". Esas pocas palabras lograron más que cualquier esplendoroso sermón. Hoy aún esas palabras retumban a lo largo de la historia. Hoy quiero administrar muy bien las palabras que salen de mi boca.

Señor, Gracias por darme la gran oportunidad de hablar y de hablar lo que es correcto. No quiero derramar mis palabras por las calles y en cualquier oído. Quiero que mi forma de hablar en este día realmente te pueda reverenciar.

Hoy quiero aprender del Salvador y Señor Jesús quién supo guardar silencio y solo hablar lo que de ti había recibido. Gracias Señor. Hoy quiero honrarte con mi manera de hablar. Amén.

Fuente: Dr. Serafín Contreras Galeano.

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