11 de julio de 2009

Arraigados en Amor



Como seres humanos somos creados por Dios para ser felices y sentirnos bien con nosotros mismos. De hecho, debemos sentirnos bien con nosotros mismos o, eventualmente, desarrollaremos cierta forma de conducta descontrolada que produzca ese sentir que anhelamos.

Por ejemplo, una persona que es adicta a las drogas, probablemente comenzó a usarlas porque el dolor era tan intenso que sólo así podía aliviarlo, aunque fuera temporeramente. Lo mismo sucede con la bebida.

Muchas personas también usan la comida como alivio. Si no podemos sentirnos bien en nuestro interior, entonces nos vemos tentados a hacerlo por medios externos.

Es importante que nos demos cuenta que nuestra conducta proviene de algún lugar. Una persona violenta es de esa manera por alguna razón. Su conducta es la fruta mala de un árbol malo con raíces malas. Usted puede estar toda la vida tratando con los síntomas externos, pero la fruta mala se manifestará en donde quiera, si la raíz no es eliminada. El principio nunca falla la fruta podrida proviene de raíces podridas, y la fruta buena proviene de raíces buenas.

En mi vida había una gran cantidad de frutas malas. Regularmente experimentaba ataques de depresión, pesimismo y autocompasión. Tenía un espíritu controlador y una actitud imperiosa. Era dura, severa, rígida, legalista y dictaminadora. Era una persona rencorosa y temerosa especialmente de ser rechazada. Era una persona por dentro y otra por fuera.

Parecía que era una persona confiada, pero tenía una autoestima muy baja. Así que mi llamada ‘confianza’ no estaba basada en lo que yo era en Cristo, sino en la aprobación de los demás, en mi apariencia y logros, y otros factores externos.

Aún así, hacía creer que todo estaba bien. Trabajaba arduo para tratar de comportarme correctamente. Parecía que no importaba qué tipo de mala conducta tratara de cambiar, otros problemas surgían por otros lados. Mi vida era parecida a un terreno lleno de malas hierbas. Me mantenía sacando lo que se veía de mis problemas, pero no estaba llegando a la raíz profunda. La raíz estaba viva y se mantenía produciendo una nueva cosecha de malas hierbas.

No me daba cuenta cuán miserable era hasta que empecé a pasar tiempo en la Palabra y comencé a experimentar sanidad emocional. Tuve que dejar de estar pretendiendo y enfrentar la verdad. Mi pasado yo no lo podía cambiar y era injusto hacer sufrir a los que estaban a mi alrededor por algo que ellos no hicieron. Tuve que seguir la amonestación de Pablo a los colosenses: “…arraigados y sobreedificados en él, y confirmados en la fe, así como habéis sido enseñados, abundando en acciones de gracias” (Col 2:7).

Usted necesita examinar cuidadosamente sus propias raíces. Si son desagradables, dañinas o abusivas, no se desanime; usted puede ser desarraigado del mal terreno y transplantado en el buen terreno de Jesucristo, para que así pueda estar arraigado y cimentado en Él y en su amor.

¿Alguna vez ha abierto su refrigerador y notado un mal olor? Algo se ha dañado, pero para encontrar lo que es, necesita sacar todo para fuera. El mismo principio aplica a su vida personal. Si tiene problemas emocionales, pudiera ser que hay algo dañado dentro de usted. Tendrá que buscar para llegar a la fuente del problema y removerlo para que así todo vuelva a estar fresco.

Recuerde, el desarraigar puede ser doloroso. El ser replantado y volver a echar raíces fuertes es un proceso que requiere tiempo y esfuerzo. Mi oración por usted es la que hizo Pablo por los efesios: “Para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender… cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios” (Ef 3:17-20).

Joyce Meyer.

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